10/14/2006
El amor 2
Este hallazgo me dejó pasmado. ¿Cómo pudo darse tal oportunidad, no?, encontrar, un día de Marte, una carta de Amor rota y tirada, semejante gesto mixto y preciso de ternura y violencia y, lo que es todavía más asombroso y mejor, al cabo de doce rigurosos días de invierno, intacto el soporte, patente la letra. Y, más allá de la breve historia redactada, la otra mucho más extensa que podemos inferir. Aquella de la que el texto participa y a la vez es pieza clave, no sólo mero registro o documento, sino además un hecho, un acto de amor en sí. Una parte cabal y cierta de la historia. La de Jorge y Belen. Una historia de amor real, quiero decir: un contundente bollo de materia apelmazado y húmedo y una escritura azul trazada sobre ella batiendo entre los pastos sus alitas contra el aire. Un papel que supo conservar intacta una legión de palabras escritas a tinta, a impulsos de una pasión que las trasciende, porque ocupa además un lugar en el mundo de acá a la vuelta, entre chicos que, de proponérmelo, terminaría por encontrar, recorriendo las pocas escuelas del pueblo.
Lejos de enfriarme con su indiscutible “verdad”, ese registro de una pasión amorosa terminó por soplar los pocos papeles que me preservaban del abismo fabulador de la psiquis y la química somática y los libros: la claridad apolínea de la razón clásica. Y en buena hora, porque este artículo pudo por fin comenzar.
Ya estamos, como verán, un poco salidos de programa.
De acuerdo con mi intuición, Jorgito debió ensayar primero “A” para luego despacharse todo en “B” y finalmente, arrepentido y con rabia, resignarlo todo al pasto. Arriesgando un poco más, todo ello en el mismo día (siesta del 05 del 07, según el encabezado) y en el mismo lugar (encontré la carta a pocos metros del “puente de fierro” del ferrocarril que une la estación Mitre de Santa Fe con la Belgrano, de Santo Tomé).
Lo que viene a continuación es una puesta en dialogo entre la novedad inesperada de la carta de Jorgito y algunas de las elucubraciones de Platón, Lucrecio, Longo y Ovidio, a cuento del tema del amor, que ya tenía presentadas sobre la mesa, y que al volver a casa comenzaron a chillar, comprenderán, como quien oye discurrir el caos de varias lenguas. A propósito de sospechar tales distancias viene mi empeño.
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