12/09/2006

¡Fantástico!


1
De Ibiza a San Antonio, en auto, un domingo a mediodía: Esmat, Andrea, Valeriana y yo. Vamos desayunando bananas con mate amargo, hablando poco, como con telarañas en la voz: una membrana invisible extendida sobre la memoria de ayer y, en general, sobre todo lo que quedó antes del llamado de Florencia, esta mañana.
Montañas blancas, lactales, y arbustos insolados recortándose contra el celeste chirle y volátil del cielo, en perfecta ecualización con el compilado Buda Bar que venimos escuchando en el estereo. Hasta que llegamos al punto donde hemos quedado en encontrarnos con Flor, la amiga de las chicas que hoy cumple años.
Reconocemos el coche, un Peugeot pequeño, idéntico al nuestro hasta en el color, además de ser el único estacionado a esa hora en el playón de un centro comercial. Cruce de saludos y arrebatos de cariños destinados al bebe que viaja de acompañante, muy serio, en su sillita. Bocinazos, maniobras, y otra vez en la ruta.
En un punto, las luces de freno del auto de nuestra anfitriona parpadean y se encienden. Nos acercamos. Ella nos indica con la mano el camino lateral que trepa poco menos que verticalmente una montaña con forma de cabeza de ballena. Cerca de la cima vuelve a detener la marcha y solicita un voluntario para que baje a abrir el portón.
Voy yo.
Hago todo el procedimiento afectando gravedad, sintiéndome un arriero que abre la tranquera para dar paso a una tropilla excitada y ruidosa. Humo de escapes, crepitar de piedras mordidas, ¡brum, brum!, y yo que voy corriendo tras ellos. Una tranquera más y ya estamos en la finca.
El jardín delantero parece desierto y la única indicación de que la casa esté habitada la dan las cortinas descorridas del salón y un pastor alemán que baja dando tumbos desde la terraza de lajas.
¡Hola Custcher!
Ahora aparece Sven, marido de Flor, quien resultará ser el verdadero anfitrión de la fiesta. Un alemán de ojos claros y melena paya, desmechada, muy parecido a Sting. Lleva un delantal blanco, salpicado de agua, y un gorro de cocinero mal cortado y, sinceramente, ridículo. O es que quizás el bueno de Sven no lo sepa llevar, a pesar de su cándida sonrisa.
¡Bienvenidos!
El alemán se acerca al coche de su mujer, la besa y se apresura a recibir en brazos a su hijo a través de la ventanilla. Uno tras otro vamos descendiendo para ejecutar el rito de estrechar las manos, hacer cosquillas al bebe y propinar sonoros besos a la del cumple, que luce muy fresca y elegante con su vestidito Adlib.
–Tenemos cerveza helada y bocadillos aguardándoles. Es un placer que estéis aquí temprano para darnos una mano.


2
Pero resulta que ese detalle nosotros no lo sabíamos. Al parecer las chicas sí, pero ¿y nosotros? O sea, todo bien, pero Esmat y yo pensábamos otra cosa. Sobre todo porque ya habíamos trabajado de sobra durante la semana, lavando platos, limpiando hosterías. Entonces Valeria, que nos adivina el gesto, viene a ponernos al tanto del asunto.
La verdad de la milanesa es que esta magnífica casa no es, como creíamos, propiedad de la joven familia de la agasajada, sino reciente inversión de un suizo millonario, un tal Carlos, “amigo” y, desde hace poco también, “socio” de Sven en una incipiente empresa de catering que hoy mismo, y con el pretexto del cumpleaños de Flor, tienen pensado comenzar a explotar.
La presentación formal de “Ibosim lunch” cuenta con la colaboración espontánea de nuestras desinteresadas manitas. Esto es suficiente para explicar el hecho de que hayamos sido los primeros en llegar, puesto que los “verdaderos invitados” lo harán bastante más tarde, una vez que todas las delicias hayan sido dispuestas para el disfrute.
Aparecen el suizo y su mujer. Un matrimonio maduro y encantador que no para de agasajarnos con cumplidos, mientras se aplica con diplomacia a presentarnos las maravillas secretas de la casa: un árbol gigantesco plantado en el interior (dentro de un prisma de cristal emplazado en medio de la sala), una colección de alfarería celta, dos o tres Goya originales y, en el terreno del fondo, varias casitas montañesas independientes, según nos dicen, destinadas al alquiler.
En el parque trasero, junto a una piscina celeste en forma de riñón, han levantado una jaima blanco y negro. Por indicaciones del alemán, Esmat y yo comenzamos a instalar cerca de allí cuatro mesas de caballetes. Las chicas vienen detrás vistiéndolas con manteles de papel blanco y volados de crepe fucsia ajustados con chinches. Una vez concluida la tarea atinamos a volver por nuestros tragos, pero el hiperquinético Sven nos intercepta y con su sonrisa jovial, irresistible, nos arrea hasta la cocina.
– ¿Haríais el favor de lavar y pelar esas hortalizas? ¡Fantástico!
Esmat, el novio de Andrea, no sólo es marroquí, sino también tartamudo, y su repertorio de maldiciones y exabruptos, lejos de sublevarme, me hacen reír. Así que, en menos de veinte minutos, despachamos también esa tarea con buen humor. A fin de cuentas, trabajar aquí es toda una experiencia. Un arsenal de utensilios al servicio de las más insospechadas funciones, como cortar, rebanar, mechar, rayar, espigar… y, de acuerdo con ellas, los materiales apropiados: teflón, acero, acrílico, poliéster, entre otras sofisticadas aleaciones de mágica manufactura, a nuestra entera disposición. Hornos metálicos, encendidos y restallantes, preñados de vegetales exóticos con nombres irreproducibles, soltando jugos y fragantes vapores agridulces: el azafrán, el curry, la cúrcuma, el jazmín. Y la incuestionable pericia del joven alemán quien, sin abandonar jamás una sonrisa que parece haberle venido de fábrica, reboza, filetea, rehoga y sazona con tanta frescura que a cada momento parecería estar diciéndonos: ¡Voila!
Me apresuro, entonces, entusiasmado, a cazar la próxima orden al vuelo. Se trata de trozar una horma de queso, del tamaño de una rueda de coche, e ir colocando los cubos en pirámide sobre una bandeja plana de madera. Como en la cocina hay poco lugar, se me ocurre sugerirle a Sven la idea de trabajar en una de las mesas del jardín. Una mirada recriminatoria de Esmat, desde detrás de una pila de cacerolas sucias, me obliga a morder las últimas sílabas de la frase a fin de contener una maliciosa carcajada.
– ¡Oh, claro, ¡Fantástico! Déjame que te ayude…
–No te preocupes, puedo solo.
A demás de la cuchilla, cargo un Martini con mucho hielo. La picada me lleva los próximos cuarenta minutos. Me recalqué la muñeca.

3
Cae la tarde. Algunos fumamos callados en el pasto y otros charlan en la galería guardando su turno para darse una ducha. El sol se repliega pronto tras el reparo de las colinas, aunque su luz persiste todavía como un fantasma sobre las cosas. Minutos antes de que enciendan el spot, parecían flotar en un aura turbia.
Comienzan a llegar los invitados en sus coches. La próxima curiosidad que compartimos con Esmat viene de la mano de un asunto, al parecer, novedoso en el grupo; un chimento que circula mucho entre los comentarios de la noche. Se trata de la presencia de dos parejas con paternidad compartida, es decir: el niño que viene con los morenos que fabrican ropa de hilo es hijo de la chica de la pareja de rubios que vino con una niña cuya madre es la morena de la pareja anterior.
Al respecto, Esmat manifiesta silenciosamente su opinión empuñando armas blancas, cimitarras imaginarias en su mano con las que en varias oportunidades me acuchilla la pierna por debajo de la mesa. Entiendo y me da risa lo que me quiere decir. Es algo tan claro que no se me ocurre cuestionarlo. Ni, ahora que lo pienso mejor, decirlo.
Esmat es como un niño, pero claro, con esto para nada quiero decir que lo sea. Los verdaderos niños de la fiesta son hermosos y muy bien educados. Saben jugar y pedir nada más que aquello que casi todos los de allí tendemos a considerar necesario. Con apenas siete u ocho años, estos chiquillos se muestran muy locuaces, atléticos y desarrollados, y no paran de tirar figuras desde el borde de la piscina. Pero lo que más nos sorprende es escuchar a cada uno de ellos llamar naturalmente “mamá” a una misma mujer, y “papá”, indistintamente, a uno u otro de los jóvenes esposos. Cosa que, me trevo a confesar, despierta una sensación ambigua, como de repulsión y de respeto al mismo tiempo, en los dos muchachos que somos: Esmat, el marroquí, yo, el argentino.
Esmat, quien fuma y bebe cerveza, y encima vive en concubinato con una cristiana en Ibiza desde hace poco menos de dos años, viene ahora a darse el tupé de ofenderse frente a personas mayores que él, que no sólo no se detienen de la misma manera en mirar sus formas de vida, sino que, además, crían a sus hijos de acuerdo con ideas muy diferentes que nosotros respecto de su felicidad. Hippies evolucionados en paradigmas eróticos y textiles. Una pedagogía esotérica e itinerante, universal, germánica, luminosa, que ni a Esmat ni a mí nos cabrían en la cabeza.
Juegan y ríen los niños, ¿si no qué? Y los aperitivos, cuencos con puré de paltas y otras cosas por el estilo, se vacían a la par de por lo menos doce litros de Martini y otros tantos de cerveza. La función de la jaima, pronto nos enteramos, es ser dispensario de las raciones de arroz con curry, con las opciones: con o sin salsa de gambas, largo, fino, con o sin esencia de jazmín.
Pienso que de haber sido yo el director de la orquesta jamás nos habría invitado. Pero el caso es que estamos aquí y para el final hay preparado un número de bailarines con fuego. ¡Fantástico!

Santo Tomé, Santa Fe 2006

6 comentarios:

Anónimo dijo...

bello,como pequeños homenajes a Perlonguer entre paso y paso escalera , abajo ahi, alli aca...

marlboroblog dijo...

deva, who are you?

Anónimo dijo...

Decidí irme a vivir a la montaña con forma de cabeza de ballena...

Si es que la encuentro antes de que me envuelva el aura turbia!

Un beso.

Pablo Fango dijo...

fernando aventurero amigo de lo eterno.
gracias por tus comments , un orgullo para mi leer tus palabras .
................
acortdate que me cebaste para ir a santo tome a tocar ,
paz
j

Anónimo dijo...

me sorprendió fantastico! (frantástico) pensé que a partir de esa palabra la atmósfera del relato -si es que los relatos tienen eso- se iba a volver húmeda, algo pesada, lentamente opresiva, a lo carver: irreparable (será el calor); pero en ese caso hubiese sido: fantástico? no? en cambio aparece la tensión y la luminosidad (el lujo) de las frutas a punto, la felicidad de una comida bien servida y los dos sentidores arrastrados por absolutos, los únicos niños del relato: estado de gracia (del narrador) y lloriqueo (de esmat). un día de fiesta.

xenia dijo...

Che, Fer, esto podría ser una contratapa...